—Douglas Lee Poynter, para servirte —dijo susurrándome.
—¿Dougie, tu no deberías estar en una playa a millones de años luz de aquí?
No reconocía mi voz, era tan diferente que ni si quiera sabía si era yo la que había dicho una frase tan estúpida para un reencuentro, como esa.
—No puedo estar a millones de años luz de ti.
—No te vería nunca jamás otra vez —dije nuevamente en un tono estúpido ¿que no diría algo inteligente esta noche?
—Me estas viendo, no es imposible.
—Tú eres el imposible
—Lo se, aún no cambio.
—No quiero que cambies, si fueras diferente no estarías justo aquí.
La música seguía sonado fuertemente y podía ver a mis amigas bailando en la fiesta. Podía ver a Javy junto con Harry y Danny bailando la macarena y a Rose con Tom conversando sobre la ropa que usaban. Podía ver a mis antiguas amigas tratando de atrapar a un chico, pero nunca tendría uno como el mío.
—Douglas... me encantaría bailar contigo.
—Eso quería escuchar -dijo tomando mi mano y avanzamos hacia la fiesta, pero antes de atravesar la puerta que nos separaba, él se detuvo.
—Espera
—¿Que pasa? —pero él me hizo callar y sus labios de posaron en los míos.
Nunca había creído en las personas que decían que un beso te podía hacer sentir como si te desmayaras, pero esta noche lo había comprobado, y era cierto. Creo que en realidad estaba punto de desmayarme porque mis piernas me empezaron a temblar y Doug me sujetó de la cintura acercándome a él y teniéndome segura. No podía haber un momento más perfecto en un reencuentro como este. Quería recobrar todo el tiempo que había perdido. Todos los besos que no le había dado, cada uno de aquellos que quise darle cuando me sentía estúpida, triste o incluso cuando estaba feliz. Cuando me aburría mirando la nada a través de mi ventana o cuando tenía que buscar una excusa para no estudiar. Cada simple beso quería recuperarlo
—Mick... tenemos toda la noche —acotó Doug riendo, lo que me hizo sentir estúpida, pero estúpida en un buen sentido. Parecía una chica dando su primer beso o yendo a su primera fiesta, quería más.
Javy me apuntaba con una mirada pícara. Y lo primero que tenía que hacer era darle las gracias luego, pero ahora tenía que aprovechar mi noche. No duraría mucho, pero tendría mucho tiempo más para poder ser feliz.
La música era genial y no había otro día en que la pasara tan bien. La fiesta duró hasta las cuatro de la mañana, pero no paramos de bailar y menos quería que parara cuando pensaba que no nos volveríamos a ver, que despertaría y ya no habría nada. Pero las dudas de ese pensamiento se fueron de mi mente al escuchar sus palabras tranquilizadoras diciéndome que no volvería a alejarse de mí. Aquella noche me dí cuenta que todo el resto me comenzó a dar lo mismo. Los comentarios de Frankie rebotaban sobre mí, esas miradas de venganza solo me atravesaban sin dañarme. Porque luego de aquella mágica noche nadie parecía tan importante en mi vida. No me importó ni que Francesca intentara tocar a mi hombre sin éxito alguno, ni que alguna de aquellas chicas que vi algún día caminando por los terrenos de Oluss luego se convertiría en una estrella mundial y yo me sentiría celosa por no tener su suerte. Porque sabía que ella nunca llegaría a tener mi suerte, no… no es mi suerte, es el destino. Porque sabía que él ya no me dejaría. Porque él no volvería a hacerlo, él se iba a quedar todo ese verano conmigo, iba a quedarse todo ese año conmigo, toda esa vida universitaria conmigo. Compartiríamos penas y alegría, esperanzas y desconcierto. Ese primer día de una nueva vida, el cambio a una vida juntos, un departamento para ambos, esos primeros momentos en que la alegría comenzaría a sentirse en mi interior, esa nueva vida dentro de mí. El momento de verlo como un cuidadoso, y a veces tonto, pero muy cariñoso padre. Verlo como un hombre de negocios y verlo con ese terno negro con camisa blanca, arreglado esperando por mi, mientras yo caminaba de la mano de mi padre que no podía sentirse más orgullo de verme tan feliz por la decisión que había tomado y la nueva vida a la que me encaminada para toda la vida solo con él.
Él, esa persona que me hacía sentir tan especial.
Él, que observaba hasta el más mínimo detalle en mi forma de ser.
Él, que sabía como levantarme el ánimo en aquellos momentos difíciles. Porque él con solo una sonrisa me transmitía todo ese sentimiento protector y cálido que yo necesitaba, necesito y necesitaré para vivir. Por que sabía que terminaríamos juntos cuando nuestro cabello, ahora luminoso y de un color vivo, estuviera pálido y cansado. Cuando nuestras facciones jóvenes ya no sintieran esa energía que en algún momento tuvieron. Porque sabía que mis últimos días los pasaría junto a él sentados frente a nuestra casa observando a nuestros hijos viviendo una historia parecida a la nuestra, jugando en el patio con el fruto de sus vidas. Y yo mirando a mi lado y viendo a un Dougie mayor, que nunca creí ver en aquel apuesto y aniñado joven que conocí alguna vez a la orilla del mar en una puesta cálida de sol.
Ahora que miraba el mar a un costado y a mi esposo al otro, ya sabía que había cumplido con lo que me habían mandado a hacer a la tierra y no podía estar más feliz y tranquila con lo que había hecho.
Miraba esos ojos azules, que aunque ahora los rodeaba un piel cansada, estos seguían brillando con la misma luz incandescente que me había hipnotizado en ese preciso momento en que nos conocimos, y esa sonrisa no había cambiado en nada, tan inocente y sincera aún seguía allí, dedicada solo a mi. Yo, Micaela Buscaglia, aquella mujer que vivía su vida entre un mundo de fantasía con pequeños toques de realidad ahora era la mujer más agradecida de la vida y del destino.